Paul McCartney 2012 |
Un estallido de percusión. Esta canción no la escribió él, pero la hizo suya hace casi cincuenta años al tocarla con unos amigos en un frío y húmedo sótano. Nadie hablaba entonces de historia, nadie pensaba entonces en iconos ni leyendas. Tenían tres acordes, una batería y cierta idea tonta y desenfrenada sobre menear la cintura y agitar sus cabezas al unísono de un grito desgarrador.
Allí fue donde empezó todo para Paul y sus amigos. Y luego llegaron los demás sitios: un sótano más grande, un club nocturno encharcado de cerveza en Hamburgo, un salón de baile, un auditorio, más auditorios, Londres, París y Nueva York. Y después, todo el Mundo.
Y de buenas a primeras, desaparecieron. Hubo una vida, un hogar, mujer, niños y todo lo demás, aunque siguieron las luces, las cámaras y la música.
Y ahora está ahí de pie, con el cuerpo retorcido como entonces, los dedos bailoteando sobre los trastes del Höfner, la voz en un lamento, porque quiere contarnos su historia. Lo que está ahí arriba del escenario es toda su vida, pasando por nuestros oídos y por nuestros ojos, y por los de él.
Y ahora retrocedemos hasta Drive my Car, y ahí están John y Paul haciendo piña junto al piano, convirtiendo una idea vaga y cierta pose en un rock provocativo sensual que habla de lujuria, dinero y poder. Y componer esta canción les llevo, ¿cuánto?, ¿dos horas? Incluyendo un descanso para tomar el té.
Ay, pero ahora nos detenemos para recordar a George en una versión para ukelele de Something. Es dulce y aun extraña. Paul toca de forma bastante más seria sus clásicos Penny Lane y Hey Jude, y con aún más seriedad Yesterday, ese regalo del inconsciente cuya melancolía parece brotar directamente de la pérdida que lo asoló en la adolescencia. Let it Be cuenta otra versión de la misma historia – aquí, la madre, Mary, adopta su forma real –, y a continuación viene otro tributo, éste bastante más complejo emocionalmente.
I read the news today, oh, boy…
Nunca antes había hecho una versión en directo de A Day in the Life, acaso la grabación más complicada que los Beatles jamás emprendieron. Es, en muchos aspectos, el verdadero apogeo de su colaboración con John Lennon, el impecable matrimonio entre la melancolía existencial de un hombre y la picardía surrealista de otro.
Y entonces se produce un rápido giro y la banda prorrumpe en un frenético modo de himno para atacar con Give Peace a Change, de su amigo John .
All we are saying…
Paul agita las manos para hacer que la multitud cante aún con más fuerza. Extasiados, los espectadores rugen y agitan sus brazos en señal de tributo a un héroe caído, a un santo, a un mártir. Paul es lo que pretende, aunque también sea lo que le enloquezca un poco.
Y volvemos al punto de partida, a aquellos muchachos sudorosos, tan llenos de vida y alegría que ni siquiera sospechaban adónde estaba a punto de conducirles todo esto.
A-one, two, three-fah!..
Es hora de acabar el espectáculo, así que vamos a regresar al mismísimo principio, a los cuatro amigos de clase obrera que no tenían más que unos cuantos acordes, unos instrumentos baratos y la ambición de no acabar en un trabajo de verdad. Paul ahora tiene una nueva banda, aunque las descomunales pantallas de vídeo que tiene detrás vuelven a mostrar a los Beatles, allá en sus orígenes, corriendo, brincando y bailando entre ellos, de los brazos de uno a los del otro, dando vueltas frenéticamente. Eran tan jóvenes entonces, se querían tanto y se sentían tan arrebatados por el alegre ruido que les llegaba con tanta felicidad…. Paul grita a voz en cuello con todas sus fuerzas, el lugar se agita, las pareces del estadio tiemblan literalmente con el ritmo.
Pero lo que todo el mundo está mirando de hito en hito es esa vieja película, y Paul tampoco puede evitar echar una mirada por encima del hombro. El aspecto que tenían entonces, la manera en la que sonaban, el amor que transmitían… Bueno, era algo incomparable.
Paul McCartney, La Biografía, Peter Ames Carlin.